A diferencia del atuendo masculino, el traje femenino está escasamente bordado. Su ornamentación se limita a falbalás en el borde de la casaquilla, de la sobrefalda y de la parte visible de la falda y a la aplicación de encajes que adornan el escote y las bocamangas.
A partir de 1735 se impuso el vestido a la francesa: ‘robe à la française’, compuesto por una casaquilla que dejaba ver el peto o la hilera de lazos de cintas que llevaba sobre el corpiño encañado con barbas. También podía comprender un cuerpo llamado a ‘compères’, formado por dos paneles de tela idéntica, abrochados y haciendo juego.
La anglomanía que invade las ideas y costumbres hizo lo suyo en el vestir, aportando un deseo de simplificación al vestuario femenino. El vestido a la inglesa: ‘robe à l’anglaise’ (imagen 24) es la traducción de esa tendencia, despojándose de los pliegues dorsales del cuerpo reforzado con barbas, y de los guardainfantes laterales. De esta forma, se pasó a encañar solo con barbas laterales, terminando en punta en el talle, donde la falda de cola corta -plisada desde las caderas- es sostenida por un simple guardainfante acolchado.
Una variante de este traje fue, a su vez, el vestido a la polaca: ‘robe à la’polonaise’, que se distingue de su símil inglés por su sobrefalda levantada encima de la falda gracias a un juego de jaretas y cordones, formando tres faldones, la cola y las alas (imágenes 25 y 26).